25 de julio de 2015

El invierno del dibujante, por Paco Roca

Para los que no se hayan dado cuenta por las elevadas temperaturas o estén fuera de este hemisferio, he de informar de que es verano. Y se nota. Hace mucho calor, y por eso he creído que era de recibo realizar una serie de reseñas sobre cómics que nos transporten hacia parajes nevados y fríos para combatir las altas temperaturas...




Título: El invierno del dibujante.
Autor: Paco Roca.
Editorial: Astiberri.
Páginas: 128.
Precio: 16 €.











El dibujante Paco Roca ya se había consolidado como uno de los grandes exponentes del cómic español con la ya muy sentimental Arrugas para cuando salió esta historia, de modo que no sé por qué me sorprendió lo mucho que me tocó la fibra. Supongo que esperaba más una reconstrucción histórica que una oda melancólica como la que supone este cómic...

El invierno del dibujante es el de 1958, en el que la mayoría de los dibujantes que habían salido del gigante editorial Bruguera el verano del año anterior volvieron con el rabo entre las piernas y las ilusiones hechas pedazos al igual que su propia publicación autogestionada, Tío Vivo. Una historia real que habla de una más de las pequeñas tragedias que sucedieron en un mundillo del tebeo reprimido y reprendido a la sombra, no sólo de una industria editorial tan tiránica como otras de la época, sino del poder de un dictador personalista.


Supongo que alguien podría pensar que en esa escueta sinopsis ya he hecho demasiado spoiler, hablando de que la revista Tío Vivo fracasó y de que al final los dibujantes volvieron a Bruguera, pero lo cierto es que en esta historia la propia historia es lo de menos. Al leer las primeras veinte páginas te puedes hacer una idea de lo que sucedió: cinco de los mejores dibujantes de Bruguera salieron de las crueles condiciones en las que trabajaban un verano para montar su propio proyecto de revista al margen de la gran editorial y para el invierno ya estaban volviendo a firmar el mismo contrato con el que se encontraban atrapados. Esa es la base del cómic, pero no lo que más importa.

A partir de esa simple premisa se aprovecha para diseccionar el momento histórico de la Editorial Bruguera, centrándose especialmente las duras condiciones a las que se veían sometidos los autores, que veían cómo sus personajes se escapaban de su propiedad y no les eran retribuidas las reimpresiones de su material. Una gran denuncia clásica de los artistas del tebeo sobre sus creaciones, que en España se veía agravada por los efectos de la censura franquista y un país aislado.
La redacción de Tío Vivo.
Una problemática que se aborda desde todas las aristas: desde la perspectiva de los propios dibujantes explotados y hartos que deciden probar la independencia, desde la de los que se quedaron en la revista pensando en su pan, desde la de quienes aprovecharon la salida de los grandes de Bruguera para buscar su oportunidad en el mundo de las historietas (entre los que se encontraban el legendario Francisco Ibáñez), desde la de los que manejaban la propia editorial con mano de hierro y sus motivos e incluso, a lo largo de pequeños guiños a lo largo de toda la obra, desde la perspectiva de los ingenuos lectores que permanecían ajenos a toda la problemática.
-Me ha dicho que adelante. Saldrá en enero. Lo que no le ha gustado ha sido lo de "Lentejo y Fideíno, detectives finos".
-Yo prefería "Mr. Cloro y Mr. Yesca, agencia detectivesca".
-Pues ése tampoco le ha gustado. Al final le ha puesto él el nombre.
-Raf e Ibáñez hablando sobre el surgimiento
de dos personajes ya eternos.

El intento por abordar tantos puntos de vista diferentes supone una oportunidad de desarrollar a una gran variedad de personajes y vaya que si se aprovecha. Pese a la gran variedad de personajes, que podría resultar hasta confusa de no ser por los aclaratorios perfiles biográficos del final, cada uno queda bien definido en cuanto a su personalidad, objetivos y posición en los complejos engranajes de la Bruguera de los 50. Destacan, por supuesto, el buscavidas Vázquez, probablemente el personaje más fácilmente caricaturizable de la Historia del tebeo español, pero también Rafael González, el tiránico director de publicaciones, máximo exponente del artista sometido a la maquinaria editorial, pero que se presenta con todos sus matices. Precisamente ésta es una de las grandes bazas a la hora de ahondar en los personajes, que todos se muestran como seres humanos, con sus luces y sombras, pese a que estuviesen a un lado o al otro de esta particular batalla de publicaciones. Quizá los únicos que se presenten sin más complicación como antagonistas de la historia sean los propios hermanos Bruguera, pero al fin y al cabo son personas alejadas absolutamente de la realidad de los dibujantes, de la mano de obra que hace funcionar la empresa que dirigen. Se trata, simplemente, de gestores que mueven los hilos sin percatarse de sus consecuencias, con lo que su posición como personajes más simples tiene cierto sentido.
La vuelta al redil.
Puestos a hablar de personajes, podría enumerar a grandes clásicos de la historieta reflejados aquí como el sometido Víctor Mora, el joven Ibáñez, la servicial Armonía, el presuntuoso Conti o el indeciso Peñarroya, pero quien más me ha cautivado de estas páginas es, casi de forma obvia, Josep Escobar. El creador de Zipi y Zape (un tebeo que nunca me ha gustado, a decir verdad) se presenta aquí como el auténtico idealista del exilio de autores a Tío Vivo, y desde ese papel resulta muy fácil identificarlo con todo lo que le sucede a la publicación, con lo que la empatía, que es muy fácil de hallar en casi cualquier personaje de este cómic, se refuerza especialmente en él.
-Nadie pasa ya hambre como Carpanta. Son otros tiempos. Yo tengo cuarenta y ocho años, y Guillermo, que es el más joven de nosotros, tiene treinta y cinco. Quizá éramos demasiado mayores para emprender un proyecto así.
-Nunca se es mayor para luchar, Peña.
-La derrota en boca de
Peñarroya y Escobar.

Hablando del dibujo, yo ya tenía a Paco Roca como uno de los grandes, si no el más grande, de los magos de la viñeta española actual, pero esto se ha reforzado al leer un cómic en el que se aprovechan especialmente los recursos del medio. Con unas caricaturas muy identificativas que ayudan a la empatía con los personajes que comentaba, es capaz de reflejar en el rostro desde la ingenuidad de Ibáñez hasta el descaro de Vázquez, el dibujo nos sitúa especialmente en los ambientes de la Barcelona sometida por la dictadura y recrea con especial esmero algunas páginas memorables de la historieta española. Cabe destacar, obviamente, el juego que se realiza con el color, diferenciando especialmente entre ese verano de tonos cálidos como el pasional inicio de un amor esperanzado y ese invierno, el duro invierno, de colores fríos como la mirada de quienes se ven obligados a doblegarse o el corazón de quienes alimentan un monstruo de pisotear ilusiones.
Portada del número 1 de Tío Vivo,
original de Cifré y
reimaginación por Paco Roca.


La realidad, la inhóspita realidad invernal de una nación privada de libertad, aplasta en esta historia los sueños surgidos al calor del verano de unos autores que se atrevieron a buscar su independencia. Pero pocas veces se ha transmitido de forma tan bella y precisa la tristeza de los sueños rotos como en este cómic, que sirve, además, para que la lucha infructuosa de Giner, Conti, Peñarroya, Cifré y Escobar huya del olvido al refugio de las viñetas a las que ellos dedicaron su creatividad y sus vidas. Estoy seguro de que se lo agradecerían al genial Paco Roca.

PUNTUACIÓN:
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