5 de abril de 2014

Superman: hijo rojo, por Mark Millar, Dave Johnson y Kilian Plunkett

Adoro estas portadas que imitan
carteles propagandísticos soviéticos.



Título: Superman: hijo rojo.
Guionista: Mark Millar.
Dibujantes: Dave Johnson, Kilian Plunkett, Andrew Robinson y Walden Wong.
Páginas: 168.
Editorial: ECC.
Precio: 15,50€.








Me encanta las realidades alternativas, y más si las aplicamos a mundos de superhéroes. Cuando conoces lo bastante estos mundos tan amplios y complejos, te das cuenta de que es altamente complicado alterar el status quo en los mismos. La evolución es lenta y difícil para personajes que se han convertido en la cultura popular y en el imaginario de muchos aficionados en iconos invariables, de modo que apenas se dan cambios radicales y, cuando se dan, suelen ser transitorios. Por eso es estimulante acercarse a ejercicios de imaginación como este sello que sacó DC, Elseworlds, en el que se inserta este curioso cómic que le da la vuelta a un icono americano como es Superman.

¿En qué es diferente el mundo de DC respecto al que conocemos (o a los muchos que hemos conocido... malditos reboots)? Fácil. Un cohete salido del moribundo planeta Kripton llega a la tierra conteniendo en su interior a un bebé que se convierte en el último de su raza. Sin embargo, el lugar de aterrizaje no es Smallvile, sino una pequeña granja colectiva de la Unión Soviética. Un bebé que llegaría a convertirse en el mayor héroe del comunismo: Superman.

El mayor motivo que tenía para leer este cómic era descubrir la óptica bajo la que se habían solventado los difíciles temas políticos que contiene una historia que sitúa a uno de los iconos más grandes de Estados Unidos entre las filas de su enemigo más encarnizado. Tenía bastantes esperanzas puestas en Mark Millar, que particularmente en The Ultimates había demostrado poder manejar estos temas sin que la historia se decantase por ninguno, y la verdad es que no defrauda. El relato se focaliza en esa visión tan americana sobre la Unión Soviética que habla de ideales muy elevados que se traducen en una sistemática falta de libertad (cosa que no deja de ser cierta), pero también señala cuando lo merece las contradicciones del sistema capitalista americano. Quizá se centra mucho en la primera idea, pero no hasta el punto de desequilibrar ideológicamente el cómic, y además es normal teniendo en cuenta que la historia sucede casi en su totalidad en la Unión Soviética.
¡Mirad! ¡En el cielo! ¿Es un pájaro? ¿Es un avión? ¡Es Superman! ¡Superman, el extraño visitante de otro mundo! Puede cambiar el curso de los ríos, doblar el acero con sus propias manos y, como campeón de los trabajadores, libra una interminable batalla por Stalin, el socialismo y la expansión internacional del pacto de Varsovia.
Gran parte del mérito por esto lo tienen la genial configuración de los personajes, particularmente de Superman y Lex Luthor. Su eterna batalla se traslada en este cómic a un terreno político, con un Luthor igual de maníaco, representante con su enorme compañía del sistema capitalista que se opone a un Superman que refleja el poder de una gran madre Rusia que no se encuentra carente de alma. Es un gran acierto colocar a un Superman que resulta tener, a fin de cuentas, un código moral muy parecido al que conocemos. No por el hecho de ser comunista deja de ser un héroe. Hacia el final quizá se caricaturiza más como villano, pero pese a todo sigue creyendo que lo que hace está bien y ayuda al mundo. Además, es una deriva lógica del personaje y de la historia que está muy bien llevada.

El recrudecimiento y desequilibrio de la Guerra Fría llevan a un universo DC fuertemente politizado que se recrea de forma genial. Desde pequeñas referencias a plasmaciones directas, podemos tener una visión en conjunto muy completa de lo que le ha sucedido a los principales héroes y villanos en este mundo y no sólo a Superman. Entre un desfile en el que se cuentan unas versiones algo diferentes de Wonder Woman, Linterna Verde, Bizarro o Brainiac, no puedo dejar de destacar a Batman. El capítulo segundo, dedicado en gran parte a la pugna que mantiene con Superman, es lo que más me ha gustado del cómic sin duda.
Dentro de exactamente cuatro minutos, el Museo de Superman estallará en una preciosa y brillante bola de fuego. Por favor, quédense donde están si desean mostrar su repulsa a las tácticas de mi organización terrorista. Si no, les recomiendo que salgan corriendo. Les ha informado Batman.
V de Vatman.

El argumento a desarrollar parte de una premisa tan original que es muy fácil que se quede en eso. Es decir, sólo el hecho de ver a un Superman comunista luchando por la URSS ya es un aliciente suficiente como para que el cómic se disfrute, de modo que cualquier guionista algo más vago o menos ambicioso no se habría molestado en desarrollar nada más. Sin embargo, Mark Millar demuestra que se preocupa por llevar esta premisa más allá de lo que podríamos haber imaginado, hilando las raíces de este Superman con la Historia (un puntazo ver cómo llama "camarada" a Stalin), desarrollando grandes intrigas políticas y sentimentales que afectan al Hombre de Acero y culminando con un enfrentamiento apoteósico tras el cual surge un inesperado final que, aunque habría resultado típico en cualquier otro contexto, en esta historia te coge por sorpresa y le da una vuelta de tuerca a todo lo que habías leído.
Sólo queda una superpotencia.
El dibujo está hecho principalmente por dos dibujantes, empezando con Dave Johnson (junto a Andrew Robinson) el primer capítulo y siguiendo con Kilian Plunkett (junto a Walden Wong) en los dos siguientes. Apenas hay diferencias entre ambos, aunque sí llega a notarse el cambio y si tuviese que quedarme con uno elegiría a Johnson. De todas formas, ambos siguen el esquema iniciado por el primero de ellos, que consiste en dibujos simples pero efectivos que no dan para nada un mal resultado. Por supuesto, también destacan en la construcción de este mundo paralelo y sus personajes, con unos interesantes diseños de los iconos de DC. De los más originales quizá sea ese Linterna Verde militarizado. Unos cuantos bocetos al final te indican más o menos quiénes son los autores de cada uno de estos diseños y cómo lo fueron perfeccionando hasta el resultado final.
Tranquilo, Johnson, a mí también me gusta el bat-gorro calentito.
Nos encontramos, por lo tanto, ante una nueva prueba del buen hacer de Millar, que, como otras veces, gusta de manejar temas polémicos que pueda llevar hacia lo radical en un desarrollo cuya perspectiva resulta suficientemente amplia para no dejar indiferente a nadie y resultar incómoda para todas las sensibilidades. Desde luego es una fórmula que, si la recrea como en este caso, podrá explotar mucho tiempo, pues no puede dejar mejor sabor de boca.


 PUNTUACIÓN: 
Ω Ω Ω Ω

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